★★★
Un grupo de jóvenes se ven envueltos en una espiral de violencia tras probar una nueva droga que altera por completo su percepción de la realidad. El francés David Moreau recurre a un único plano secuencia que ocupa la totalidad del metraje y hace a un lado todo intento de progresión dramática para centrarse exclusivamente en el proceso de degradación mental de sus protagonistas. Al no haber cortes, los límites entre realidad y ficción (es decir, la entrada y salida de sus personajes del “colocón”) se difuminan, de manera que la propuesta formal del cineasta, lejos de quedarse en el mero alarde estilístico, resulta sumamente eficaz a la hora de zambullir al espectador en el desasosiego. Concebida como una experiencia sensorial en tiempo real, la película de Moreau, quien regresa al terror dieciséis años después de The Eye (2008), conecta con toda una tradición de películas de terror que abordan la disolución y el desmoronamiento de la identidad y que bien podría estar encabezada por títulos como La posesión, de Zulawski, o la más reciente Clímax, de Gaspar Noé.
© REPRODUCCIÓN RESERVADA