Oliver Laxe dirige ‘Sirat’, una experiencia sensorial en el desierto: “De la cultura rave me interesa ese elogio de la fealdad y de la cicatriz”

Oliver Laxe dirige ‘Sirat’, una experiencia sensorial en el desierto: “De la cultura rave me interesa ese elogio de la fealdad y de la cicatriz”

Oliver Laxe

Sirat, el cuarto largometraje de Oliver Laxe, estrenado en el Festival de Cannes y que llegará a los cines el 6 de junio, es una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre cómo volver a vivir cuando la muerte está tan cerca. Una película distinta a todas. Un viaje de transformación.

Oliver Laxe ha repetido mucho que Sirat, su cuarto largometraje, es su película “más abierta y también la más radical”. Dos adjetivos que pueden parecer opuestos, pero que tras verla se entienden muy bien. Es abierta porque se apoya en los códigos del cine de aventuras para contar su historia: un padre y su hijo viajan de rave en rave, por el desierto, buscando a su hija y hermana de la que no saben nada desde hace meses. “Es el clásico viaje del héroe”, dice. Una película muy masculina que busca el equilibrio con lo femenino, “lo metafísico, lo sutil, lo espiritual, el viaje interior, de ese anhelo de totalidad, hay cuidados, ternura, sentimientos”.

Y su radicalidad empieza a verse ahí. Es radical… por muchas razones. Desde su concepción a su proceso y los personajes que retrata. “Radical es una palabra interesantísima”, nos dice Laxe vía Zoom, desde su casa en Vilela, la aldea en Os Ancares donde se mudó tras O que arde (2019).

“Radical viene de raíz, y el radical sería alguien que se enraizaría, que tocaría más su esencia, que tomaría las decisiones para conectar consigo mismo, de algún modo, para ser libre. Es el anhelo de mirar adentro, no sé si lo consigo… pero hablando un poco de la dimensión de artista estoy contento con la película”.

“Hacer cine es conectar con la esencia de cada uno”, ha dicho el director gallego en muchas ocasiones. Nacido en París, de padres españoles, pasó la infancia en la capital francesa, después regresó a Galicia y más tarde se mudó a Marruecos, donde vivió casi una década y rodó sus dos primeros largos, Todos vos sódes capitans (2010) y Mimosas (2016). Su regreso a la aldea lucense y la casa de sus abuelos tiene mucho que ver con esa esencia y esas raíces desde las que, bien clavado al suelo y a su legado, ha vuelto a marchar hasta el país africano para rodar este viaje épico y trascendental que es Sirat en el que empezó a pensar hace más de una década. “Es una pregunta muy recurrente, cuál es el punto de partida, pero la respuesta es de tal complejidad”, arranca mientras echa la mirada atrás. “En un proceso creativo constelas tu familia, tu región, dialogas con el cine, con tus intuiciones que ni siquiera conoces…Yo soy un cineasta de la imagen. Y, en ese sentido, ya desde hace tiempo había algunas imágenes que me rondaban un poco… En 2012 hice un viaje a Senegal y pasé por Mauritania y ahí me encontré ese no man’s land y el tren de hierro… Tuve una experiencia crepuscular, existencialista, fuerte… Y eso se me cruzó con imágenes arquetípicas de camiones cruzando el desierto y empecé a desarrollar un guion que era una suerte de carrera de Los autos locos, ¿te acuerdas de los dibujos animados?”, se ríe.

A todos esos ingredientes “les faltaban tierra” y justo ahí se enamoró de una mujer “con un pie en el mundo de las raves”, en el que Laxe entró y conectó con ese imaginario y esa cultura “que está ligada a la fiesta, pero sobre todo al viaje”. En ese momento, además, él estaba en el viaje “físico y metafísico” que fue Mimosas como película y como proceso. Y todo empieza a cobrar sentido. “Mimosas y Sirat dialogan mucho, de hecho”, confirma.

En las dos, la muerte está en el centro. Aunque, aquí, en Sirat quería reflexionar y que el espectador reflexionara sobre ella de una manera mucho más profunda. “Quería ir lejos, hablo de la muerte, pero la muerte no es el horizonte. La película busca la vida, hay una dialéctica con la muerte, pero para ver, cuando uno toca fondo, cómo vuelve a la vida… Hay un horizonte de transformación”, explica y defiende así el carácter afirmativo de una película tan pegada a la muerte, al extremo, a esa radicalidad que la recorre, invade y da sentido.

“¿Cómo hacer una película que hable de la muerte sin que el espectador sufra?” Era una pregunta que Laxe y su coguionista, Santiago Fillol, se repitieron mucho. También porque se encontraron muchas negativas en su proceso de financiación porque les hablaban de sufrimiento. “Cuando te dicen cosas así y tu intención es radicalmente opuesta…”, dice frustrado. La realidad es que Laxe no ha dejado de pensar en el espectador y en esa experiencia que le va a ofrecer en Sirat a través de un viaje lleno de polvo, música y personajes con cicatrices que le servía el universo rave, lleno de todos los elementos con los que nos coloca ante el poderoso espejo del desierto, tú solo ante la nada y, ante todo, “en una ceremonia en la que bailas, sudas, vomitas y ves tus fantasmas”, pero, al final, paradójicamente, una ceremonia sanadora. Como espera y quiere que se entienda su película.

COMUNIÓN DE CICATRICES

Es lo que le ocurre a Luis, el personaje del padre, que interpreta Sergi López, el único actor profesional entre un grupo de raveros internacionales, llenos de cicatrices. “Las raves son una comunión de cicatrices”, dice Laxe. “De la cultura rave me interesa ese elogio de la fealdad y de la cicatriz, que me parece un primer signo de madurez, de asumir que estamos todos rotos, de alguna manera, y eso es lo que los lleva, precisamente, a ese tocar fondo y buscar curarte, es sentir que hay algo que te trasciende.

Comparto con ellos un sabor crepuscular, un sabor de que esto se acaba”. ¿Y eso les haces más libres? “Más que ser libres, porque creo que hay muy poca gente libre en el mundo, buscan tener coherencia radical y dejan de identificarse con ciertos valores de nuestras sociedades”, contesta.

Coherencia radical es lo que define también la trayectoria de Oliver Laxe que a sí mismo no se atreve a definirse como libre. “Para mí el término libertad es el momento en el que uno tiene las riendas de su ego. Hay mucha confusión, porque para muchos la libertad, sobre todo desde una óptica moderna, sería hacer lo que el ego me pide. Y la frontera entre tener las rindas del ego y que sea el ego el que tiene las rindas de ti es muy sutil”, dice con honestidad y admite no saber del todo desde dónde trabaja… “¿Estás trabajando desde el ego o desde tu esencia?  Pongo mi mejor intención, pero no lo sé…”. Y aun así la coherencia la mantiene.

Debutó con una película en blanco y negro que costó 20.000 euros (“Creo que más directores deberían empezar con el derecho a equivocarse, es la mejor manera de conocerte, a través del error”, opina), la siguiente fue de medio millón… En O que arde dio un paso más allá y aun así siguió sin encontrar el apoyo general en España. Ha sido, por fin, con Sirat cuando la industria española le ha abrazado y, sobre todo, le ha entendido (la película es una producción original de Movistar Plus+, acompañada por El Deseo, la productora de Almodóvar). “Esta peli tenía que ser española, el mérito es del cine español, es una peli que no creo que se haya hecho aquí nunca, que bebe de cierto cine americano de los años 70, ese cine crepuscular bigger than life… y la hemos hecho de manera europea, sobria, con nuestros medios, nuestra artesanía, nuestros tempos y creo que es valiente el gesto”, reflexiona.

Y Cannes, el festival más grande del mundo ha reconocido y defendido ese gesto cinematográfico. Para Laxe era su cuarta incursión en el certamen, con las tres anteriores había pasado y ganado en sus secciones. Era un paso lógico y esperado (que, al cierre de estas líneas no sabemos si algo ganaría, aunque confiábamos mucho en ello).

El rodaje no fue fácil. Filmaron entre Monegros y Marruecos, en desierto, con frío y calor, tormentas de arena, música a todo volumen… “Estuve enfermo, venía de una separación. Te haces las preguntas típicas: ¿para qué lo haces? ¿por qué esforzarse tanto?”, explica. Y, a pesar de todo, Laxe estuvo en control. Y, ahora, ante el resultado, tranquilo y contento. “Entendí verdaderamente lo que es la cultura rave haciendo la peli…”, acepta. “Gime, llora, tírate al suelo, patalea, desgárrate, pero no dejes de bailar”.

Mientras dure el viaje, nunca, nunca dejes de bailar.

Fotos: Getty Images

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