A los 14 años decidió que dedicarse al cine era lo único que quería y, poco después, se estrenó con las series La chica invisible y El hijo zurdo. Tras mudarse a Madrid para seguir cumpliendo su sueño, consiguió su primer papel protagonista en la película Enemigos, de David Valero. En ella encontró refugio, y en su compañero de reparto, Christian Checa, a un amigo.
Habrá quien quizá no lo sepa, pero muchas entrevistas a actores se hacen por teléfono. A veces los pillas yendo de un sitio a otro, en el coche, aparcando y, mientras te piden si puedes esperar un momento, te regalan un ratito de duda en el que te planteas si el no haber quedado en un sitio cara a cara hará que la entrevista sea demasiado impersonal. Entonces vuelven, les saludas cordialmente y les lanzas la primera pregunta: “¿Recuerdas de dónde te nace ese interés por el cine?”. Y esperas a que los siguientes segundos te confirmen si estabas en lo cierto.
Con Hugo Welzel (Sevilla, 2004) pasó exactamente así, y él tardó exactamente eso, unos segundos, en demostrar que esas dudas no podían haber sido más infundadas. Aunque no entra en detalles, que el cine le salvó la vida queda claro tras esa primera pregunta en la que admite que, a sus 14 años, “tenía un entorno, unos amigos y ciertas cosas que no gustaban mucho”. Fue en una búsqueda por sentirse mejor –en la que estuvieron implicadas muchas películas y series del catálogo de Netflix– que descubrió lo que siempre le había faltado. “En el momento en el que vi que el cine me hacía sentir como me hace sentir, supe que me quería dedicar a eso y que eso tenía que ser mi vida. Como dijo Almodóvar hace poco: ‘Si yo no me dedicaba a eso, iba a ser un desgraciado”, relata. Es de esta manera que encontró, como dice, “un lugar que me abrazó y me quiso mucho”.
Aunque lo más bonito de todo esto quizá sea el saber que el cine no tardó en demostrarle que ese enamoramiento era recíproco. Su primer gran papel fue tres años después de encontrar ese camino, en la serie La chica invisible, de Disney+, y mientras estaba rodándola, y “para rematar”, le dijeron que sí a El hijo zurdo, miniserie con la que compartió pantalla con María León. Iniciarse en dos grandes producciones como estas –a las que luego se sumaron Urban, La vida es nuestra y La chica de nieve 2– no se consigue, claro, únicamente con suerte. Sí que lo fue el que las dos se rodaran en Sevilla. “Era un colchón en el que se estaba muy a gustito”, admite de aquellas primeras veces de las que habla como un sueño que sigue viviendo.
Sin embargo, pronto decidió que, si quería trabajar de esto, su destino estaba en Madrid. “Mi trabajo y mi vida son una, no son cosas diferentes. A lo que yo me dedico da sentido a mi vida, así que cualquier sacrificio es pequeño para mí si eso va a ayudar a que mi carrera vaya al lugar que yo quiero que vaya”, explica. Llegó a la capital en septiembre. En octubre ya le habían dado su primer papel protagonista en una película.
DE ESTO VA EL JUEGO
Ni siquiera tuvo que hacer casting para Enemigos (estreno en cines 9 de mayo). “Lo que hicimos fue simplemente para que David estuviera tranquilo”, dice sobre la prueba que le hicieron a él y a su compañero Christian Checa (En los márgenes) cuando les recomendaron para la historia que el director y guionista David Valero tenía en mente. Una historia “con mucha crudeza”, como la describe el actor, sobre dos chicos de barrio enfrentados por una enemistad cargada de violencia.
En esta relación en la que un día aparece la oportunidad de que cambien las tornas, a Checa le tocó el papel de Chimo, el acosado, y a Welzel el del Rubio, el acosador. Y la verdad es que no lo pasó nada mal grabando las escenas de bullying. “No te voy a mentir, yo en ese momento disfrutaba de ello, de esto va el juego”, admite. “Mi personaje es un chico con una coraza muy grande que huye hacia adelante y trata de arrollar todo lo que tiene enfrente para que nada le afecte, por lo que a mí me tocó disfrutar del dolor ajeno, entonces… Sinceramente, yo lo pasé muy bien, Christian lo pasó un poco peor, pero yo lo pasé estupendamente bien”.
Y lo dice sin un ápice de malicia en su voz, sino desde su propia visión de lo que es ser actor, y que para él se traduce en meterse en lugares en los que nunca se metería y vivir historias que nunca viviría, algo que, afirma, es lo que más ama de su trabajo. “Cuando tú ves una película la sientes hasta cierto punto, pero es que grabarla es vivirla. Yo no actúo, yo me convierto y lo vivo. No se trata de coger una situación y actuarla, se trata de convertirme en quien lo está viviendo”, cuenta. Y eso es “totalmente maravilloso”, incluso si, como esta vez, implica acosar delante de la cámara a un compañero que, en realidad, fue el primero en tenderte la mano.
COMO HABLARÍA UN ENAMORADO
Fue con la excusa de un clásico Barça-Madrid de por medio. Acababa de llegar a la ciudad y todavía andaba desubicado cuando Welzel hizo esa primera prueba para Enemigos junto a Checa. “La verdad es que es una historia bastante bonita”, recuerda ahora. “Mudarse fue complicado y Christian fue la primera persona que me abrazó y me dijo: ‘Tío, aquí estoy contigo. Mira, vente a mi casa, te presento a mi familia y comes con nosotros, y aquí nos tienes para lo que te haga falta’. Me cuidó tanto desde el primer momento que para mí fue un salvoconducto”. Y es que, aunque su personaje nos lleve a hablar de bullying y maltrato, todo lo que envuelve a esta película, empezando por su trama, no podría salir de un lugar más contrario y alejado.
La historia de Enemigos va más allá de la representación de una relación violenta, con el rap de Bnet –campeón de freestyle encargado de crear los temas para la películajunto a Steve Lean y Remate– como hilo conductor. Enemigos nos habla de la dificultad de quitarse la coraza y los conflictos de aprender a abrir el corazón. “Eso es lo bonito de la película, que trata sobre el perdón hacia los demás y hacia uno mismo, y sobre la vulnerabilidad y cómo la sociedad reacciona ante ella”, explica Welzel. Es por ello que, para él, su primer largometraje ha sido tan “bonito y agradable”, por su mensaje, sí, pero sobre todo por el lugar del que ha nacido. “A la gente le gustará más o menos, pero si de algo que estoy seguro es de que nadie se quejará de la interpretación de los que estamos aquí, porque se ha hecho con mucho cariño y respeto por la profesión, y eso se nota”.
Sólo es necesario escucharle hablar para comprobar que aquel amor a primera vista que surgió con 14 años todavía sigue vigente, pues solamente un enamorado hablaría del cine como lo hace Hugo Welzel, con respeto, seguridad y cariño, y con una ilusión que traspasa el teléfono cuando, tras conversar sobre su próxima serie Mar afuera, le preguntamos por su cortometraje Frágiles como rosas, el cual ha escrito, dirigido, protagonizado y proyectado en el Festival de Málaga de este año. “Fue la primera cosa que escribía en mi vida y lo hice en un mes”, explica feliz. “Fue un experimento y un reto que me quise poner, y no tenía miedo porque me daba igual lo que saliese. Es un proyecto que viene desde el instinto y que trata sobre la gestión emocional y lo mal que la gestionamos, sobre todo, desde la parte masculina”.
Con tantas cosas todavía por decir, ya sea actuando, escribiendo o dirigiendo, es imposible que llegue a saber nunca lo que es ser un desgraciado.