Guillermo Galoe estrena en Cannes, en la Semana de la crítica, su largometraje Ciudad sin sueño.
Guillermo Galoe vivía a 10 minutos de La Cañada Real, la barriada del sur de Madrid en la que llevan cinco años sin electricidad. Se adentró en ella, conoció a gente y rodó su corto Aunque no es de noche, con el que ganó el Goya en 2024. Un año después acaba de estrenar el largometraje en Cannes, dentro de la Semana de la crítica, Ciudad sin sueño.
“Han sido seis años en los que he ido trabajando en una comunidad con nombres y apellidos, pero intentando encontrar espacio de libertad para trabajar allí”, explicaba antes de la premiere en el Palais des Festivals. “Lo primero que me lleva allí es más emocional, más intuitivo. Llego a un sitio que me interesa emocionalmente. Veo que hay unas energías, unas emociones en la gente que me parecen fuertes. Y me parecen que ponen en cuestión cientos valores sociales, pero también de la complejidad humana. Y creo que ahí está todo, ¿no? Es un lugar donde los personajes se enfrentan a la pérdida de un mundo que se desvanece, ¿no? Y con esas heridas también. Y ese orgullo por ese mundo que ellos quieren preservar. Por todos esos valores hay algo bonito también”.
Ciudad sin sueño parte un poco de la historia del corto, de ese protagonista, Toni (un genial Antonio Fernández Gabarre), que pasa el día con su amigo por la Cañada grabando videos, escucha las historias de la abuela, trabaja de chatarrero con el abuelo… Pero poco a poco, en ese momento vital de la adolescencia, su mundo empieza a desvanecerse: su amigo se va, sus padres quieren mudarse a un piso…
“Toni se enfrentan a la idea de la pérdida, se enfrenta a la idea de la pérdida de una comunidad, a la idea de la pérdida de los lazos familiares, también a la pérdida de un amigo y de una forma de mirar el mundo, que es la de la infancia”, resume Galoe. Toni es un niño “que aún no tiene respuestas”, pero que “reclama afectos” y que mantiene una preciosa relación con su amigo en la que no existen barreras ni prejuicios ni masculinidades que entorpezcan. Son ellos mismos incluso y a pesar de todo.
Han sido seis años de viaje en La Cañada y un rodaje que reconoce fue muy complejo. Todos los actores son residentes de ese lugar y espacio que están abandonando. “Empezamos la película viendo cómo se derriban las casas, y cómo hay un derribo a todos los niveles, se derriba el hogar. El hogar es un espacio físico, pero es un espacio mental y emocional. En la peli vemos cómo se reducen cenizas. Hay algo casi fantasmal en la visión de ese espacio”, cuenta el cineasta. “Y no es algo nuevo, es un poco la historia también de los poblados y los asentamientos, es esta discriminación que se perpetúa constantemente y de manera cíclica. Yo creo que la sociedad debería escuchar un poco más y ver, mirar a los ojos a los personajes de esta película”.
Galoe quiere mostrar la realidad de lo que allí se vive y que Ciudad sin sueño sirva para no olvidar y visibilizar. “Espero que sigamos poniendo encima de la mesa ese asunto y La Cañada deje de ser invisible. Y con ella todas las poblaciones que han quedado al margen de la sociedad y completamente expulsadas. No puede ser que 8.000 personas, de las cuales 3.000 son niños y niñas, vivan sin suministro eléctrico desde hace cinco años a día de hoy. Eso no debe continuar”, sentencia.
ESTALLIDO DE COLOR EN ‘CIUDAD SIN SUEÑO’
La realidad difícil de La Cañada la mira Galoe con filtros que explotan en color. Son los colores que Toni y su amigo ponen a esos vídeos con los que se conectan y relacionan y miran el mundo. “Esas ganas de registrarlo y de cambiarlo. De abrir su mundo a partir de lo que tienen a mano. Ese teléfono. Ese teléfono, su cámara”, continúa y crea esa magia y fantasía (con la ayuda del director de fotografía Rui Poças) para dar luz a esta realidad a la que se ha acercado mucho, la mejor manera para que la historia de este mundo cale.
“Con toda la claridad, para bien y para mal, la verdad que siento que he trabajado desde la distancia corta”, explica y añade que fue capaz, “con el tiempo, de despojarse de la culpabilidad blanca”. “Me interesa el cine que es honesto, que mira con los ojos abiertos y que ama a los personajes. Y con eso yo creo que, si yo establezco esa relación con la película, confío mucho en la inteligencia de los espectadores. Y en su propia experiencia, que es distinta a la mía y que hace que la película crezca”.